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Las ciudades y todo lo que ellas involucran en términos de estructuras inertes y vivas en coexistencia no se construyen en el aire (aún) o sobre espacios homogéneos o sin capacidad de reacción, sino todo lo contrario, sobre sistemas naturales complejos y operativos, permanente o aleatoriamente.

La naturaleza tiene su propia dinámica, la tierra es un planeta vivo, y ante ello el hombre debe aprehender esta dinámica, respetar las tendencias de la evolución, e insertarse en ella con el más bajo nivel de interferencia posible, evitando romper el equilibrio natural y el desarrollo de los procesos. La naturaleza traza sus propios caminos y el hombre debe asumir los resguardos adecuados si quiere cruzarse con ellos.

Las ciudades se posicionan y expanden generando grandes y graves desequilibrios en el medio ambiente biosférico, en la esfera de la vida. Cada vez que el hombre interviene provoca alteraciones. Los efectos en el corto, mediano o largo plazo son negativos o desastrosos, y la naturaleza se encarga inexorablemente de volver las cosas a su sitio, tanto violenta como pausada e imperceptiblemente.

Ya en 1987, y después del seminario 'Aspectos Geográficos de los Desastres Naturales', no cupo duda alguna que ciertos episodios de la dinámica natural se transforman es desastres sólo por la existencia y ocupación que hace el hombre del medio natural. Hace poco, Milton Santos escribió la siguiente frase: Los hombres son los productores de las catástrofes y no la naturaleza. En muchos otros trabajos, como los compilados y editados por Andrew Maskrey por ejemplo, la conclusión es la misma.

Múltiples organismos a nivel mundial y latinoamericano, como LA RED y CEPREDENAC-CICA-Panamá, PROYECTO ESFERA-Suiza-Iberoamerica, CRUZ ROJA-Argentina, EIRD-ONU-Regional Costa Rica y el CRID confluyen en sus planteamientos al señalar que el aumento de la ocurrencia de desastres en los últimos 10 años tiene su origen precisamente en el deterioro del medio ambiente gestado por la mano del hombre, y esto no se ve que vaya a parar. Incluso, las llamadas medidas compensatorias que contemplan los estudios de Impacto Ambiental en realidad no lo son, por lo menos en lo que dice relación con el medio ambiente o el sistema natural.

Los catastros y las cifras a nivel internacional dejan en claro que aproximadamente el 60% de las muertes son el resultado de inundaciones, debido al impacto de eventos hidrometeorológicos de gran magnitud, principalmente en las áreas intertropicales y en las monzónicas, pero no únicamente. (Cuadro 1 - Gráfico 1).

Cuadro N° 1 Catástrofes del Mundo durante el Siglo XX. Evaluación parcial de pérdidas y víctimas.

Naturaleza del Riesgo Pérdidas (en millones de dólares) N° de Acontecimientos estimados N° de Victimas N° de Acontecimientos estimados
Terremotos 13.169 34 1.654.754 74
Ciclones 20.760 50 639.987 66
Volcanismo 300 2 49.324 11
Inundaciones 10.190 36 3.195.471 44
TOTAL

44.419

122 5.539.536 195

Gráfico 1.  Desastres por tipo de Evento Natural en los últimos 30 años (1973-2002)

 

Aquí, si bien existe un cierto determinismo geográfico, no es menos cierto que también se presenta una alta vulnerabilidad en las formas de uso del espacio.

De acuerdo con Philippe Masure, el número de personas afectadas por catástrofes aumenta regularmente cada año en un 6%, lo cual es tres veces el crecimiento de la población mundial. América Latina y El Caribe presentan según CEPAL una tendencia diferente (Gráfico N° 2). De estas, más del 90% han sido víctimas de desastres producto de la interferencia entre grupos sociales y amenazas naturales.

Gráfico 2.  América Latina y El Caribe:  Población afectada por desastres

 

Se suele hablar de riesgos naturales. Después de lo señalado no me cabe duda que los riesgos son un constructo social en la medida que es el hombre el que se instala o construye en lugares y forma inadecuados respecto de la dinámica de la naturaleza, de las amenazas más frecuentes.

Las tendencias indican que la población urbana de América Latina llegará a cerca del 80% en las primeras décadas de este siglo. Una explosión urbana que en el Tercer Mundo carece de base económica. Por lo tanto, en adelante los desastres serán eminentemente urbanos. Mientras nuestras ciudades sigan expandiéndose indiscriminadamente, pretendiendo avasallar la naturaleza, seguirán recibiendo y sufriendo los embates de los procesos naturales que han querido obviar. Es lo que suelo llamar Efecto Rebote.

Se plantea que la pobreza de las naciones, o la inequidad socio-económica, incrementa la vulnerabilidad a los desastres. Por otro lado, es claro que los desastres incrementan la pobreza. Es una suerte de círculo vicioso. Las cifras de PIB dejan ver que las pérdidas por desastres asociados a procesos naturales es alrededor de 20 veces mayor en países en desarrollo que en los desarrollados, y el número de victimas es 150 veces mayor en los primeros.

Según Masure, las grandes ciudades de los países en desarrollo doblan su tamaño cada 12 a 15 años, pero el segmento social urbano pobre lo hace tan sólo en 7 años en promedio. La ocupación de nuevos espacios, generalmente inadecuados, y la calidad de estas precarias urbanizaciones espontáneas hace que la vulnerabilidad se incremente notablemente a cada momento.

En los países donde los recursos económicos son de por sí escasos para cubrir las necesidades humanas básicas, la implementación de políticas y programas para la reducción de las situaciones de riesgo que enfrenta el medio ambiente construido y el social suele aparecer en una posición desmedrada dentro de las prioridades fijadas por los gobiernos de turno, mucho más si se tiene en cuenta que se trata de acciones a largo plazo y difíciles de medir, lo cual da a los políticos muy poco que mostrar como logros concretos de su gestión.

Kofi Annan ha señalado que 'El construir una cultura de prevención no es fácil. Si bien los costos de la prevención deben pagarse en el presente, sus beneficios se hallan en un futuro distante. Además, los beneficios no son tangibles: son los desastres que no ocurrieron'.

Resulta evidente entonces que la gestión de la prevención de las amenazas naturales y del riesgo debe ser una política de Estado y no debiera estar sujeta a los vaivenes de la política o a los cambios de gobierno.

Cuando las situaciones de riesgo son conocidas, su no inclusión en los planes de desarrollo constituye una pérdida planificada de esfuerzos y recursos. En Chile se ha avanzado mucho en términos de estudios y de planes reguladores, los que además de ser mejorables presentan problemas de eficacia. Hasta los tribunales de justicia suelen evacuar dictámenes que pasan por encima de las restricciones que ellos plantean a proyectos de particulares, inmobiliarias o grupos económicos.

Se ha dicho incansablemente que para que las ciudades sean sustentables y puedan ofrecer un lugar seguro para vivir desde este punto de vista, deben integrarse orgánicamente con el sistema natural en que se insertan y no crecer como un sistema independiente, autosuficiente y auto soportante, divorciadas de la naturaleza.

Se requiere lograr desarrollo económico con sustentabilidad y con equidad social señalan tanto expertos como políticos, pero concretamente ¿quién incluye la equidad y/o solidaridad con la naturaleza en sus proyectos e inversiones?. Es claro que si ella no está bien, tampoco lo estaremos nosotros. Si no cuidamos nuestra propia casa, nuestro planeta, el único que tenemos, ¿que futuro nos aguarda?.

Ya se está planteando a nivel internacional escenarios de desequilibrio global para 30 a 40 años más, teniendo como base las tendencias actuales de uso y disponibilidad de los recursos, especialmente el agua, como también el crecimiento demográfico, las situaciones socio-económicas y el deterioro ambiental galopante, todo ello sumado al incremento permanente del número e intensidad de los desastres.

Los expertos en el cambio climático global nos han estado haciendo ver el incremento en la frecuencia, duración y/o intensidad de las situaciones extremas, tales como sequías e inundaciones. Nuevos estudios del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC-2001) destacan la probabilidad de mayores y más frecuentes desastres hidro-meteorológicos durante el siglo XXI como consecuencia del cambio mundial en el clima. Los pronósticos incluyen más inundaciones costeras e infraestructura dañada a raíz del aumento del nivel del mar; un incremento en las temperaturas de la atmósfera y el mar que llevará a mayores sequías, calores extremos e incendios forestales; tormentas tropicales y precipitaciones más intensas que provocarán mayores inundaciones, aludes y avalanchas; y la intensificación de las sequías e inundaciones relacionadas con los fenómenos de El Niño y La Niña.

El IPCC ha planteado que en 60 años, el 25% de las viviendas ubicadas hasta a 1,5 Km. de las playas podrían perderse a causa de la erosión costera. Paralelamente, en los foros mundiales especializados se ha indicado que no hay indicios de incidentes volcánicos o sísmicos más frecuentes o intensos.

Por ello, en la Cumbre Mundial Sobre Desarrollo Sostenible (2002) se planteó que las razones de las mayores pérdidas se hallan más bien en el aumento mundial de la vulnerabilidad de la gente-sobre todo de los pobres-, situación resultante de las actuales prácticas de desarrollo.

Esta es una realidad concreta. Frente a ello, el rol de los profesionales ligados a la planificación y el medio ambiente en estos momentos es ser portadores de la voz de alerta en cada una de sus esferas de acción e influencia, como también lo es el denunciar sin temor cada hecho atentatorio contra la calidad del medio ambiente, y el riesgo que conllevan las intervenciones indiscriminadas e ignorantes, aunque asisten dudas sobre esto último. Quienes hacen del lucro su life motive por sobre el desarrollo sostenible, se ponen voluntariamente la venda del egoísmo en la racionalidad y el sentido común.

Las políticas y medidas para reducir la probabilidad de ocurrencia de desastres naturales deben implementarse con un doble propósito: facultar a las sociedades para ser menos vulnerables a las amenazas naturales y garantizar que los esfuerzos por el desarrollo no la incrementen.

La reducción de los desastres está por ello constituyéndose en un requisito básico y fundamental para alcanzar la senda del desarrollo sostenible, una de cuyas herramientas básicas es el ordenamiento territorial basado en el conocimiento científico y no en el mercado. Según la Secretaría del EIRD, el ordenamiento territorial inapropiado ha llevado a la degradación de 65 millones de hectáreas y a la amenaza de extinción de miles de especies a nivel mundial, sin hablar de las que ya han desaparecido.

Existe conciencia en los foros mundiales que una de las limitaciones significativas del desarrollo sostenible ha sido la falta de una verdadera estrategia de ordenamiento territorial que tome en cuenta el riesgo de ubicar asentamientos humanos, infraestructura clave, instalaciones de salud o educación y edificaciones comerciales o industriales en lugares vulnerables a las amenazas naturales.

De acuerdo con el EIRD, sigue y seguirá habiendo necesidad de preparativos y servicios especializados para responder a las emergencias cuando ocurran. Sin embargo, los gastos en socorro para contingencias, o incluso para fomentar una capacidad especializada en defensa civil, solo se justifican si al menos la misma cantidad de recursos se invierte en la protección de los recursos y en el desarrollo duradero de capacidades para reducir la vulnerabilidad ante las amenazas naturales.

Una de las trabas al desarrollo integral bajo la óptica de la sustentabilidad ha sido la falta de visión de mediano y largo plazo de las autoridades y los compartimentos estancos de ciertas disciplinas instituidas como hegemónicas por sus practicantes. Hoy en día, si se quiere tener éxito se debe transitar por la senda de la transdisciplina, nivel en que desaparecen los límites entre las especialidades y se alcanza la máxima integración del conocimiento.

Porque no existen profesiones omnipotentes, ni ciencias ni personas que todo lo saben, es hora que trabajemos juntos por alcanzar una permanencia armónica con el medio natural y una mejor calidad de vida de los habitantes actuales y futuros. Recordemos que la Tierra no la heredamos de nuestros padres, sino que nos la han prestado las generaciones que vienen. ¿Qué les dejaremos a nuestros hijos y nietos?