in Revista Chilena de Literatura
2666 como interpelación al psicoanálisis: la repetición, el sujeto y la pesadilla
Resumen:
En el presente artículo planteo una interpelación al psicoanálisis a partir de tres elementos de la novela 2666: la repetición interminable de notas necrológicas forenses de “La parte de los crímenes”, el personaje Lalo Cura y las pesadillas padecidas por los críticos y Amalfitano. Dichos elementos interpelan al psicoanálisis en tres niveles: marcando los límites de la metapsicología al momento de abordar fenómenos como el de los feminicidios de Juárez (Santa Teresa); la célula elemental de la violencia oculta tanto en el mito de Edipo como en el sujeto del inconsciente lacaniano y, finalmente, a nivel del paradigma onírico del sueño como cumplimiento de deseo, indicando el tránsito hacia un modelo de la pesadilla, correlativo a una subjetividad que se debate entre el nihilismo suicida, la melancolía y las escisiones requeridas para sostenerse ante un mundo en destrucción. Mediante una estrategia dialógico-dialéctica desarrollo las tres figuras concluyendo con una vuelta de tuerca que retoma el psicoanálisis como herramienta para ampliar la reflexión en torno a 2666.
INTRODUCCIÓN: 2666 Y LA INTERPELACIÓN
Desde los ensayos estéticos de Freud y Lacan hasta las contemporáneas elaboraciones de Bersani, Holland y Kristeva, entre otros, la relación entre el psicoanálisis y la literatura se ha construido como un topos de tensión e intercambio. Uno de los principales problemas del entrecruzamiento es la dificultad para eludir, por una parte, el camino del psicoanálisis aplicado, que no hace más que ir a verificar cómo en ciertas obras y escrituras se manifiestan conceptos o dogmas psicoanalíticos en un ejercicio de prepotencia hermenéutica y, por otra, la disolución de la teoría psicoanalítica en la literatura que –mediante su diversidad de subjetividades literarias y procedimientos narratológicos– acaba por poner en jaque postulados como estructura subjetiva, fantasía y realidad fáctica. No obstante, si evitamos estas vías falsas, algunas obras paradigmáticas de la tardo modernidad pueden interpelar al discurso psicoanalítico permitiéndole trabajar sobre sus propias problemáticas e identificar sus limitaciones como herramienta heurística y crítica. Paralelamente, un ejercicio de lectura transdisciplinar de las mismas obras permitiría oxigenar el por momentos hermético campo de la crítica literaria centrada predominantemente en análisis lingüísticos. Por último, el entrecruzamiento entre crítica literaria y psicoanálisis a partir de un objeto estético determinado habilita un ingreso situado a problemas complejos de la modernidad tardía, tales como el vaciamiento del sujeto y la escisión radical que lo sostiene en forma precaria, el nihilismo y la melancolía, la emergencia de nuevos ideales en tanto ortopedias imaginarias del yo o la violencia y la brutal depredación de los cuerpos correlativa al régimen contemporáneo de acumulación, entre otros aspectos.
Por otro lado la obra de Bolaño como escritura paradigmática de la tardomodernidad, al mismo tiempo latinoamericana y mundial (Hoyos 56-58), sostiene parte de su penetración en el campo cultural sobre una aproximación intensiva a los problemas mencionados, los que también son trabajados por la teoría psicoanalítica desde Lacan hasta el psicoanálisis contemporáneo. En efecto, los análisis culturales y la crítica literaria han sabido captar la habilidad de Bolaño para poner en obra una investigación en torno a la destrucción ontológica y real del mundo moderno. Una multiplicidad de estudios de diversa extensión han explorado su poética y política extrayendo significantes vinculados a una escatología tan aséptica como brutal: apocalipsis (Poblete 15-36, Paz Soldán 11-30, Welge 83-99, Bottinelli 5-10), mal (Huneeus 253-66, Andrews 211-38), violencia (Stegmayer 117-33, García Ramos 273-327) e infierno (Rodríguez Freire 13-27), han sido algunos de los más trabajados.
Considerando estos antecedentes, propongo un ejercicio dialógico entre la novela 2666 y algunos elementos de la teoría psicoanalítica freudo-lacaniana bajo la figura más general de la interpelación. Dicha operación permitiría una diseminación mayor de “la peste” Bolaño, ya endémica en el campo de los estudios culturales y literarios internacionales (Corral 9-75), más allá de las fronteras disciplinares, contribuyendo a ampliar y tensionar los marcos de lectura del laberinto creado por el autor de Los detectives salvajes. De manera más precisa, en el presente artículo sostengo la hipótesis de que 2666 interpela al texto psicoanalítico en dos niveles. En primer lugar la repetitiva irrupción de lo brutal mediante la interminable narración de los feminicidios de Santa Teresa, marca los límites de una compresión exclusivamente metapsicológica o metafísica del homicida, al tiempo que apuntala la idea de una compulsión de repetición en la escritura, que busca inscribir aquel real excesivo que no cesa de no escribirse y recuperar el sentido bajo la materialidad cifrada del significante. En segundo lugar la novela en su totalidad y los fragmentos oníricos en particular, operan una torsión del paradigma del sueño que metaforiza un tránsito epocal que hace tambalear parte de la obra freudiana y que confirma el giro final hacia lo Real del trauma de las concepciones lacanianas: se trata del paso del sueño como cumplimiento de deseo (ilustrado) a la lógica de la pesadilla como última herramienta de sostén de una subjetividad que se debate entre el cinismo, el nihilismo suicida y la melancolía, frente a un mundo que falto de alternativas se extiende como puro presente espacializado, al tiempo que colapsa en masacres brutales transformándose en un campo de guerra (Jameson 23-83, González Rodríguez 9-31).
Mediante una metodológica dialógico-dialéctica, que no renuncia al análisis ideológico, pondré a prueba la hipótesis realizando un contrapunteo entre elementos psicoanalíticos freudiano-lacanianos, estrategias narratológicas y contenidos desplegados en la novela, permitiendo también que, en el devenir textual, se revele lo que el psicoanálisis como herramienta de investigación puede ayudar a pensar acerca de 2666 en tanto tentativa de representación de un mundo en destrucción.
LOS LÍMITES DE LA METAPSICOLOGÍA: LO BRUTAL Y LA REPETICIÓN
La crítica ha trabajado sobre la estrategia de Bolaño de utilizar la novela negra como un señuelo imaginario para generar suspenso y atrapar a un lector que fantasea con convertirse en detective (Fallert 49-62) 1 . En algunas novelas el misterio se configura como una suerte de agujero negro y vacío u objet petit a lacaniano ( Lacan, “La causa del deseo” 113-26) en torno al cual gira el texto sin aludir directamente a él y en otras nos enteramos demasiado rápido de la identidad del asesino. Sin embargo, en “La parte de los crímenes” de 2666 la búsqueda de Archimboldi da paso a la enumeración de asesinatos y violaciones que inscriben una repetitiva irrupción de lo brutal cuyo análisis requiere de múltiples insumos ¿Cuál es la relación entre el recurso del suspenso utilizado por Bolaño y los límites de la metapsicología psicoanalítica como herramienta de análisis cultural y político? Un breve excurso por la crítica literaria nos permitirá esclarecerlo.
Para Slavoj Zizek, el detective de la novela policial cumple la función de restablecer, a posteriori, la coherencia de un relato lineal en un mundo carente de totalidad histórica significativa. En la clásica novela detectivesca la realidad se presenta como una escena poblada de señuelos imaginarios que el detective desenmascara atendiendo a los detalles simbólicos en su plena literalidad: las pistas, los indicios y las soluciones falsas desnaturalizan la escena del crimen produciendo un efecto ominoso (Freud, “Lo ominoso”), y es justamente a partir de aquellos indicios que el detective capta la conexión entre la escena imaginaria y los hechos reales, tal y como un psicoanalista enlaza el contenido manifiesto con los pensamientos oníricos o contenido latente de un sueño (Zizek 99). En otras palabras, tras el asesinato, aquel evento traumático que marca un corte en lo simbólico tornando la atmósfera inquietante y pesadillezca, el detective la resimboliza restituyendo tanto la temporalidad como la integridad de la cadena simbólica, restableciendo así la normalidad.
Pero lo que una escritura como la de Bolaño pone en evidencia es justamente la impotencia de esta estructura ante la ingente magnitud de una destrucción brutal como la acontecida en Santa Teresa. En muchas de sus novelas anteriores las señales ominosas proliferaban desde el mismo inicio sin que nunca llegase a concretarse un verdadero crimen, pero en 2666 nos encontramos con que toda esta serie de pistas falsas rematan en un muro de repeticiones que destruyen toda posibilidad de restitución simbólica. La atmósfera inquietante se extiende asintóticamente y nunca terminan de aparecer los elementos de una verdadera novela policial: los detectives mueren, las soluciones falsas, pistas e indicios no llevan a ningún puerto, y en lugar de una resimbolización el imaginario policial da paso a un real crudo y brutal en el que no hay detective ni lector que soporte tamaña sucesión de crímenes, pese al desfile de expertos y policías.
Ahora bien, este fracaso de la novela negra que permite, paradojalmente, su uso como recurso, es correlativo al de una exclusiva comprensión psicológica de cualquier fenómeno de muerte y destrucción de la magnitud de los feminicidios de Juárez. En otras palabras, el psicoanalista como hermeneuta cae tal y como cae el detective. En efecto, si intentamos analizar un fenómeno como el de las muertes de Santa Teresa (Ciudad Juárez) desde un prisma exclusivamente psicoanalítico, el resultado no es más que la proyección de una sombra hipercompleja de lo real, un fantasma imaginario que puede operar como un señuelo que desvíe el análisis hacia una metafísica del mal.
Aun cuando el psicoanálisis no se haya aproximado con frecuencia a fenómenos como este, encontramos algunos ensayos que demuestran al mismo tiempo los límites de la interpretación psicoanalítica. Particularmente interesante es el trabajo de Claude Balier, psicoanalista y criminólogo que desarrolló una intensa actividad clínica con violadores, pedófilos y feminicidas que se encontraban privados de libertad en cárceles francesas. A partir de crudos relatos de brutales crímenes, identifica una serie de conceptos y categorías que se han utilizado para el abordaje de la perversión y la psicosis: escisión, renegación, fetichismo, ausencia de empatía, libreto, sadismo, violación, dominio, doble, escena primaria, confrontación con la muerte y transmisión psíquica, entre otras. La búsqueda de una perspectiva, no solo nosológica sino ante todo terapéutica, que permitiera el trabajo clínico con agresores sexuales y violadores, lo llevó situar el funcionamiento psíquico de aquellos en una suerte de límite oscuro entre la perversión y la psicosis, un inacabamiento que nombra como perversidad. Su ensayo está poblado de relatos escalofriantes. Se torna necesario reproducirlo fragmentariamente aquí para vincularlo con la novela Estrella distante y, sobre todo, con nuestro propósito de indicar los límites del psicoanálisis al momento del abordar lo brutal de la destrucción contemporánea, justamente aquella destrucción que Bolaño intentara inscribir a partir de “La parte de los crímenes” de 2666. Citaremos extensamente un fragmento:
Se trata de un muchacho algo salvaje, frecuentador de las laderas de la montaña, hijo único de un matrimonio que, demasiado ocupados ambos en trabajar, lo confiaba a una cuidadora que vivía sola en un sitio apartado. Sintiéndose abandonado, con o sin razón, vivía momentos de desamparo. De niño, capturaba animales que sometía a refinados suplicios. Reconocemos aquí, no el sadismo, sino la crueldad sin miramientos por el objeto, testigo de la pulsión de dominio de la que habla Freud en Tres ensayos. Persecución, entonces, de la potencia para combatir el desamparo. La entrada en la adolescencia promueve el despertar natural de las pulsiones sexuales, y la reactivación de los tormentos vinculados a la intimidad compartida con la madre en forma de proximidad corporal, juegos, mimos, etc., hasta una edad avanzada. Sin embargo, ya en plena adolescencia, el joven no soporta más tocarla; desarrolla por otro lado una fobia al tocamiento y solo acepta contactos físicos con su padre. Entre los tres, el padre, la madre y el hijo, pueden adivinarse, en lo que se nos cuenta, auténticas escenas amorosas: un Edipo caliente. El control de la situación, quiero decir intrapsíquico, exige un recurso y este recurso será la instauración de fantasmas de necrofilia: solo con una muerta pueden imaginarse escenas de relación sexual. No es posible acercarse a ninguna muchacha seductora como no sea bajo la forma de un cadáver. Para confirmar el control solo queda firmar un pacto con el Satanás, al que el muchacho se consagrará por entero hasta anhelar la destrucción de todos los humanos, de todo cuanto pueda evocar una sensibilidad cualquiera. Y llega a matar a la cuidadora en el curso de un episodio alucinatorio. (Balier 113)
Es notable el esfuerzo de Balier por delimitar modos particulares de funcionamiento psíquico que puedan servir de base para un posterior trabajo terapéutico, llegando a proponer una construcción metapsicológica compleja más no completamente cerrada. Como elementos comunes en un amplio espectro de agresores sexuales y violadores, identificó una radical falta de control sobre la pulsión que exige descarga automática y la reducción narcisista del otro a la condición de objeto parcial a poseer, hasta a la abolición misma del carácter objetal del otro en los casos más extremos. Enfatiza que dichos sujetos se encuentran muchas veces en un nivel prerrepresentacional, experimentándose invadidos por una escena primaria imposible de domeñar (en la que uno de los progenitores inmoviliza, somete y domina al otro), cuyo correlato afectivo es un horror intenso que exige compulsivamente la descarga en un acto en el que el violador mismo llega a no reconocerse. Otro sello de este campo es el denominado narcisismo fálico extremo, alimentado por una angustia de castración que en estos sujetos es literalmente terror de aniquilación y de vacío. Terror que es abortado mediante la fetichización/cosificación del otro: “violencia, dominio, búsqueda de omnipotencia, tales son los elementos motores del ideal fálico en esta patología” (159).
El trabajo de Balier apunta a establecer una distinción en el marco de la categoría de perversión, en algunas ocasiones la denomina perversidad y en otras alude a perversiones de primer y segundo grado. En la perversión de segundo grado, siempre en el marco de sujetos encarcelados, agrupa a hombres con comportamientos pedofílicos orientados hacia niños grandes y a quienes realizan compulsivamente atentados agresivos y sádicos al pudor. Por el contrario, la perversidad sexual o perversión de primer grado se caracterizaría por el predominio absoluto de la violencia destructiva por sobre el placer erótico, llevada al acto en una situación en la que el sujeto no es sino un engranaje de una escena primaria cristalizada en la que no hay fantasmas (fantasías), sino espectros que son destruidos en el momento mismo de pasar a la acción y reducir al otro a una mera cosa. Ahora bien, al transformarse en un mero engranaje de una escena que lo trasciende, el sujeto violador se aboliría a sí mismo. Esta desaparición del sujeto ocurre a merced de una identificación que no es objetal, sino pulsional. Una identificación con las fuentes pulsionales de los progenitores y de los padres de aquellos logrando un estado de existencia sin existencia en el seno mismo de un movimiento pulsional, una pura intensidad destructiva (182).
En primer lugar, me interesa ubicar el texto de Balier como una suerte de contraparte psicoanalítica de la breve novela Estrella distante que cuenta la historia de Carlos Wieder, un poeta y piloto que violara y descuartizara brutalmente a mujeres militantes de izquierda durante la dictadura cívico militar de Pinochet. Al ser interrogado sobre el lugar de tal novela en su narrativa, Bolaño respondió que se trató de un intento de aproximarse al mal absoluto. En este sentido, el trabajo metapsicológico de Balier puede considerarse la contracara del vínculo de Wieder con el arte y la literatura. Recordemos que en paralelo a su actividad psicopática que terminara presentando ante una pasmada audiencia, el piloto se hizo de un lugar en la escena artística chilena gracias a las acrobacias con las que escribía versos en el aire. Teniendo esto en consideración podríamos arriesgar que para Balier, quien se empeñó en pensar el problema de los feminicidas y violadores fuera de toda referencia a una inmanencia biológica pura, pero también por fuera de una moral trascendente y sublime, Wieder se situaría más cerca del campo de la perversidad, transformándose en un mero canal de pulsiones destructivas sociales que de una manera perversa son estetizadas y lanzadas frenéticamente al acto porque las condiciones histórico políticas así lo permitieron. Hablamos acá del plan de exterminio sistemático de toda militancia de izquierda que pudiera constituir una fuerza opositora al régimen. En cualquier caso, si jugáramos a psicoanalizar a Wieder, lo que equivaldría a la búsqueda detectivesca que en la novela emprende Abel Romero auxiliado por Arturo Belano, el extenso trabajo de Balier podría servirnos de brújula. Lo mismo que si nos preguntamos por la constitución psíquica de algún asesino serial o violador como Julio Pérez Silva, el llamado psicópata de Alto Hospicio, quien violó y asesinó a catorce mujeres en aquella pequeña y pobre localidad del norte de Chile (Fluxá).
El problema es lo que sucede con estas formas textuales de investigación, la novela negra y el psicoanálisis, cuando los crímenes no dejan de sucederse, cuando los cuerpos no cesan de aparecer, cuando la serie se torna interminable y nos vemos abrumados por esta repetitiva irrupción de lo brutal. Es en este momento en el que ambos demuestran su fracaso y caducidad. No hay novela negra que pueda dar cuenta de la magnitud de los crímenes de Santa Teresa (Ciudad Juárez), así como no hay metapsicología que valga cuando la perversidad está en todas y ninguna parte, cuando la violencia deja de tener un agente vector como Wieder, para transformarse en una atmósfera de muerte y destrucción. Y es precisamente en ese momento en el que tanto la escritura de los crímenes de una novela como 2666, como el discurso psicoanalítico, entendido ahora como una práctica cultural, pueden transformarse en escrituras que más que desentrañar un sentido, buscan inscribir, a partir de la materialidad cifrada del significante, aquel real intolerable que no cesa de no escribirse.
DEL SUEÑO MODERNO A LA PESADILLA POSMODERNA
Es sabido que la invención del psicoanálisis y la teorización de lo inconsciente estuvieron íntimamente ligadas a la investigación de la vida onírica y el desarrollo de un método de interpretación de sueños que hasta el día de hoy continúa siendo uno de los elementos definitorios del psicoanálisis. Y es sobre este último punto que sitúo la segunda interpelación. Esta emerge de un detalle no trabajado por la crítica literaria hasta el momento de la redacción de este artículo, me refiero al hecho de que la mayoría de los relatos oníricos aparecidos a lo largo de la novela no corresponden a sueños que expresan un deseo reprimido, si no a extensas pesadillas insertas en la inmensidad de la trama. Mi hipótesis es que estas pesadillas se sitúan más cerca del modelo del sueño traumático que busca compulsivamente, no una interpretación, sino apuntalar un mínimo sostén para el sujeto, lo que a su vez pasa por la inscripción de un Real destructivo que no termina nunca de avasallar al yo astillado. Estas pesadillas constituirían la vida onírica de un sujeto contemporáneo que ya no cree en el mañana y que se debate entre el cinismo, el nihilismo suicida y la melancolía propia de un mundo en el que ya no hay alternativas. Dicho de otra forma, enfrentada la subjetividad a aquel estado actual del mundo Real que se presenta como un puro presente espacializado o bien como una tormenta de destrucción que arrasa con todo a su paso, haciéndolo estallar en cientos de fragmentos, intenta una rudimentaria reparación que en términos de vida onírica se traduce la sobrecarga de pesadillas.
Antes de ir a 2666, preciaré el basamento psicoanalítico de la interpelación sintetizando los planteamientos freudianos en torno al sueño. Freud (“La interpretación”) llegó a la conclusión de que este corresponde al cumplimiento –disfrazado– de un deseo reprimido, que expresa de forma manifiesta mociones libidinales de deseo que fueron reprimidas y que circulan en el inconsciente del soñante. Mantendrá sin variaciones esta ley general del sueño hasta el final de su obra, subsumiendo a ella posibles objeciones como la de los sueños de angustia y los sueños punitorios, sin embargo, en “Más allá del principio de placer” introdujo la única excepción real a dicha regla, se trataría de los sueños de los neuróticos de guerra que repiten una y otra vez situaciones traumáticas en un intento por domeñar aquellas experiencias, que por su intensidad extrema se tornaron insoportables para el sujeto a la vez que indestructibles ante el paso del tiempo. Pues bien, lo que planteo a partir de las narraciones de pesadillas en 2666, y en lo que estriba una muestra más de la relevancia de la novela, es que en la tardomodernidad el paradigma parece haberse invertido, siendo los sueños cumplimientos de deseo las excepciones, y las pesadillas, emparentadas con el sueño traumático, pero al mismo tiempo diferentes a él, la vida onírica de una subjetividad enfrentada cara a cara con la interminable destrucción –ontológica y real– del mundo. Este movimiento es correlativo a un sujeto fragmentado que se sostiene ya no sobre la represión freudiana, sino sobre múltiples escisiones y cínicas desmentidas ante la doble alternativa señalada por Bolaño en la estela de Baudelaire, un oasis de horror o un desierto de aburrimiento.
Reingresando a la novela, las pesadillas de los críticos son extensas y –tal como un fragmento onírico narrado sobre un diván– invitan a un recorrido asociativo que permita sostener lo que acabo de plantear. La primera en aparecer es una de Morini: está en un hotel jugando una partida de cartas con Pelletier y Espinoza cuando Norton se zambulle en la piscina, rápidamente el italiano abandona el juego para ir en su búsqueda:
Solo entonces se dio cuenta de lo enorme que era. De ancho debía de medir por lo menos trescientos metros y de largo superaba, calculó Morini, los tres kilómetros. Sus aguas eran oscuras y en algunas zonas pudo observar manchas oleaginosas […] El agua de la piscina parecía que trepaba por los bordes […] poco después la niebla cubrió a Morini […] Entonces se dio cuenta de que la piscina se había vaciado y de que su profundidad era enorme, como si a sus pies se abriera un precipicio de baldosas negras enmohecidas por el agua […] En el fondo distinguió una figura de mujer […] Ya se disponía Morini a gritar otra vez y a hacerle señas cuando presintió que había alguien a sus espaldas […]: se trataba de un ser maligno, el ser maligno deseaba que Morini se volviera y viera su rostro […] ¿Quién era la persona que vagaba por el fondo de la piscina? […] Su visión tan lejana le anegaba los ojos en lágrimas y le producía una tristeza profunda e insalvable, como si estuviera viendo a su primer amor debatiéndose en un laberinto. O como si se viera a sí mismo, con unas piernas aún útiles, pero perdido en una escalada irremediablemente inútil […] Entonces volvía a mirar a Norton y esta le decía: –no hay vuelta atrás. La frase no la oía con los oídos sino directamente en el interior de su cerebro […] Y, [Norton] paradójicamente le daba la espalda y se alejaba en dirección contraria a la de la piscina, y se perdía en un bosque apenas silueteado entre la niebla, un bosque del que se desprendía un resplandor rojo, y en ese resplandor rojo Norton se perdía. (Bolaño, 2666 68-70).
Ahora podemos formular las primeras preguntas analíticas: ¿quién es la persona que camina por aquella gigantesca piscina-páramo de aguas oscuras?, ¿quién el ser maligno?, ¿cuál es el sentido de ese “–no hay vuelta atrás”? Detengámonos en este punto para apoyarnos en el recorrido sobre el nihilismo realizado por el filósofo Félix Duque y así poder apuntalar una interpretación. Duque arranca con la idea ilustrada de que el hombre no es más que la caja de resonancia de un poder brutal representado por la voluntad. Para escapar de dicho ser-voluntad, Schopenhauer propuso ni más ni menos que su aniquilación, arrastrando con ella al yo y al mundo en tanto tramado de representaciones de la voluntad. Pero antes que Schopenhauer, Hegel había propuesto que aquel nihilismo, aquella búsqueda de la nada, no es sino el punto de partida de la filosofía tras la dolorosa muerte de Dios: “El nihilismo suigeneris de Hegel constituye la puerta de entrada a la filosofía, no el suicidio de la razón” (Duque 30). Ahora bien, más importante es para el español el señalamiento de Hegel, en el prólogo de la Fenomenología del espíritu, de la retirada de la singularidad en pos de la universalidad, de tal forma que al individuo no le queda más que olvidarse de sí, arrastrando en ese olvidar la comunidad:
olvida […] (olvida en esa suma de individuos que es tal o cual sociedad) el sentido del Todo (des Ganzen) en nombre de la formación –dispersa, competitiva y al cabo ferozmente conflictiva– de Allheiten, de conjuntos distributivos con intereses particulares. Un doble y antitético olvido, pues, sobre el que se yergue de nuevo el espectro del nihilismo. (Duque 42)
Llegamos finalmente a Nietzsche quien sancionara el nihilismo correlativo al último de los hombres, como la devaluación o instrumentalización y trivialización de los valores supremos en un anticipo del fin de los metarrelatos planteado un siglo después por Lyotard.
Con estas herramientas podemos regresar a la pesadilla de Morini y ensayar una lectura, ¿quién deambula solitaria/o por el páramo?: sin duda es el mismo Morini, pero también su primer amor, Norton y en definitiva cualquiera, ya que en el mundo posmoderno de los conjuntos distributivos con intereses particulares todos somos intercambiables; ¿y quién es el ser maligno?, no es difícil ensayar la misma respuesta pero ya introduciendo a Hobbes quien fuera también parafraseado por Freud: homo homini lupus, porque la singularidad, convertida en un intercambiable más o en un banal agente del mal, no es sino disuelta en la misma y única esfera total: la piscina desértica que el crítico italiano rodea una y otra vez buscando a tientas una escalera para descender, tan ensordecido por la niebla (sinestesia negativa intencional), que no puede oír sino dentro de su cabeza: –no hay vuelta atrás.
Ese no hay vuelta atrás que precisamente determina el paso del sueño como cumplimiento de deseo moderno, a la pesadilla posmoderna, ha sido formulado de diferentes maneras: es lo que Mark Fisher nombró como “la lenta cancelación del futuro”, Jameson como “el puro presente espacializado”, y el chileno Sergio Rojas (Tiempo) como un “tiempo sin desenlace”. Entonces, si las singularidades devienen números intercambiables (puro valor de cambio) y el tiempo se confunde o más bien se fusiona en una sola superficie, devenida –en su introversión– en la singularidad de lo subjetal, la forma más paradigmática de la explotación intensiva, ¿qué sentido tiene la existencia? En este contexto el suicidio emerge como una solución factible para esta subjetividad rodeada de fantasmas y asediada por pesadillas, y no es casual que los críticos y Amalfitano estén habitados por aquella fantasía.
La siguiente pesadilla corresponde a Pelletier, en ella el francés pasa apaciblemente sus días en un balneario, contemplando a los bañistas que alternan entre leves ocupaciones y un escrutinio agudo y temeroso de la línea de horizonte. Pero súbitamente algo cambia y los bañistas comienza a evacuar rápidamente el lugar. Otra vez una atmósfera ominosa nos introduce al fragmento relevante de la pesadilla:
Y entonces observaba un temblor en el mar, como si el agua también sudara, es decir como si el agua se pusiera a hervir […]. Y entonces Pelletier sentía que se estaba mareando y un ruido de abejas llegaba desde el exterior. Y cuando el ruido de abejas cesaba, se instalaba un silencio aún peor en la casa y en las áreas circundantes. Y Pelletier gritaba el nombre de Norton y la llamaba, pero nadie acudía a su llamado, como si el silencio se hubiera tragado su llamada de auxilio. Y entonces Pelletier se ponía a llorar y veía que del fondo del mar metalizado emergía lo que quedaba de una estatua. Un trozo de piedra informe, gigantesco, desgastado por el tiempo y por el agua, pero en donde aún se podía ver, con total claridad, una mano, la muñeca, parte del antebrazo. Y esa estatua salía del mar y se elevaba por encima de la playa y era horrorosa y al mismo tiempo muy hermosa. (Bolaño, 2666 109)
Para avanzar una interpretación identifiquemos algunos elementos: un mar metalizado que tiembla y hierve, el zumbido de las abejas y el silencio, la soledad y el grito en el vacío. Entonces emerge el llanto, pero ¿qué lo motiva?, ¿es acaso melancolía o más bien angustia? El horizonte trazado (no olvidemos que se trata de una pesadilla), tal y como si fuera la escena de un film, es el de una catástrofe de la subjetividad. Desde el fondo emergen los restos de una mano, un antebrazo que representa la ruina del devenir subjetal moderno. Entonces no es casual que Bolaño haya decidido que los personajes que padecieran estas pesadillas fueran críticos literarios, personajes caricaturescos del devenir posmoderno-neoliberal, corolario del proyecto humanista. Individuos aislados, partículas elementales, átomos desperdigados sobre una superficie tan eterna como chata, en la que la red interconectora no es un orgánico tejido social, con imperfecciones y parches, sino el perfecto trazo probabilístico y económico preconcebido por un algoritmo parido por algún ordenador, una inteligencia artificial que ejecuta los comandos introducidos por… ¿algo?, ¿quién? Como si al momento de nacer, en tanto hombres ilustrados, los críticos hubiesen estado predestinados a conocerse y establecer pseudorelaciones de camaradería y colaboración que en el límite se revelan como lo que son: una amalgama compuesta por un último gesto de socorro, ya combinado con la predestinación algorítmica.
La última pesadilla que analizaré es la de Óscar Amalfitano, profesor chileno de filosofía, quien en los meses posteriores al golpe de Estado de 1973 fuera torturado y exiliado, y tras errar por Sudamérica y España, terminara radicándose y enloqueciendo en Santa Teresa. Amalfitano representa la subjetividad de quienes creyeron alguna vez en la utopía socialista y se enfrentan hoy a sus peores pesadillas, emergiendo lentamente de dicho encuentro un nihilismo depresivo. Así lo experimenta el personaje: “Hay que volver ya mismo, se decía, ¿pero a dónde? Y luego se decía: que me impulsó a venir aquí? ¿Por qué traje a mi hija a esta ciudad maldita? ¿Porque era uno de los pocos agujeros del mundo que me faltaba por conocer? ¿Porque lo que deseo, en el fondo, es morirme?” (2666 252).
Se trata de la constatación de que la batalla está perdida, y que acaso siempre lo estuvo, ante lo que no hay más alternativas que entregarse al flujo neoliberal, enloquecer o padecer una larga e interminable agonía. Amalfitano se debate entre las últimas alternativas, la locura o el nihilismo. Una vez abortado el sueño socialista el mundo apareció, para toda una generación, como un lugar vacuo de sentido. Lo anterior es ratificado por el sueño que Amalfitano tiene después de haber pasado un día con el hijo del decano de la facultad de letras:
Amalfitano soñó que veía aparecer en un patio de mármol rosa al último filósofo comunista del siglo XX. Hablaba en ruso. O mejor dicho cantaba una canción en ruso […] iba vestido con traje oscuro y corbata celeste y tenía el pelo encanecido. Aunque daba la impresión de que se iba a derrumbar en cualquier momento, milagrosamente se mantenía erguido. La canción no era siempre la misma, pues a veces intercalaba palabras en inglés o francés que pertenecían a otras canciones, baladas de música pop o tangos, melodías que celebraban la embriaguez o el amor. Sin embargo estas interrupciones eran breves y esporádicas y no tardaba demasiado el hilo de la canción original, en ruso, cuyas palabras […] intuía tristísimas, el relato o las quejas de un boyero del Volga que navega durante toda la noche y se conduele con la luna del triste destino de los hombres, que tienen que nacer y morir […] Amalfitano descubría con estupor que se trataba ni más ni menos que de Boris Yeltsin […] No era una pesadilla y le proporcionaba además, una suerte de bienestar ligero como una pluma (2666 290-91).
El lector atento reparará en que el narrador afirma que no se trata de una pesadilla, es aquí donde recurrimos a la sospecha freudiana, ¿por qué enfatizarlo? En su texto de 1925, Freud (“La negación” 249-57) indicó que la negación en lo consciente equivale muchas veces a una afirmación en lo inconsciente, pues bien, si aplicamos dicha intelección al análisis del sueño, el hecho de que Bolaño, a través del narrador se encargara de destacar que no se trata de una pesadilla es justamente la marca de que el fragmento onírico constituye genuinamente una. La pregunta es de qué pesadilla se trata. Poniendo en serie la parte de Amalfitano con otras novelas de Bolaño como Nocturno de Chile, Estrella distante, Amuleto y Los detectives salvajes no es difícil afirmar que se trata justamente del fin de la utopía, del colapso del socialismo y la instalación del eterno presente capitalista durante los años noventa, precisamente el momento en que Boris Yeltsin (quien vestía corbata celeste), abandonada la militancia comunista, se convirtiera al libre mercado, disolviera la Unión Soviética, redactara una nueva constitución y radicalizara el giro neoliberal en la política y economía rusas, pavimentando así el camino para la llegada del autoritarismo de Vladimir Putin. Dicho momento histórico deja como saldo un triste cántico, una letanía que acompaña la melancólica pesadilla de Amalfitano. En otras palabras, la pesadilla es el presente.
CONCLUSIÓN
En este artículo, mediante una operación análoga a la que Hoyos (21-43) realizara a partir de Bolaño para problematizar el debate entre literatura mundial versus latinoamericanismo, he intentado, más que fertilizar, contaminar los discursos de los que aquí me ocupo, el literario y el psicoanalítico, defendiendo la idea de que 2666 cifra también estas interpelaciones, así como una nueva forma de pensar y escribir las complejas relaciones entre la literatura, el psicoanálisis y la crítica.
He intentado mediante una metodología dialógico-dialéctica, interpelar al psicoanálisis a partir de dos elementos de la novela: la interminable narración de feminicidios al modo de notas necrológicas forenses y la inserción de pesadillas en medio de la vida cotidiana, vacía y melancólica, de algunos personajes. La primera figura de interpelación nos permitió trazar un paralelo entre los límites de la novela negra, que habilitan de forma paradojal su uso como un recurso, y los de una metapsicología psicoanalítica que pese a su enorme riqueza teórica cae ante la magnitud de una violencia que no puede ser reenviada al carácter perverso de tal o cual personaje. Así, he formulado que tanto el detective como la metapsicología sucumben ante los feminicidios de Juárez. Sin embargo aún podemos dar una vuelta de tuerca que restituya el lugar de ambos, a condición de ubicar las piezas en su lugar, o más bien, de identificar los trabajos que le corresponden a cada uno y a las subjetividades que los encarnan. De manera específica, podemos plantear que el detective/psicoanalista de “La parte de los crímenes” se proyecta en dos figuras, un detective en lo real, el periodista y ensayista Sergio González Rodríguez, doble de Bolaño en terreno, quien entrega los elementos necesarios para iniciar una aproximación comprensiva al fenómeno de las muertes de Juárez, y en el crítico que reconstruye el trayecto de los crímenes hasta poder delinear los trazos de las condiciones de posibilidad de la masacre, que no son sino las de aquel abismo que los habitantes del mundo capitalista-patriarcal nos negamos a contemplar. En otras palabras, se trata de leer el mundo a través de los feminicidios de Ciudad Juárez (Santa Teresa) y no de intentar aplicar el psicoanálisis a la búsqueda y compresión del escabroso funcionamiento mental de algún perverso individual, ahí radica el límite de un trabajo como el de Balier y también el de la metapsicología como teoría de un inconsciente individual aislado de lo histórico-político. Podemos concluir entonces que el gesto de escritura de “La parte de los crímenes” apuntala la idea de una compulsión de repetición en la escritura, que busca inscribir aquel real excesivo que no cesa de no escribirse y recuperar el sentido bajo la materialidad cifrada del significante.
La segunda figura de interpelación constituye más bien un ajuste al modelo del sueño y arranca de un detalle no examinado por la crítica dedicada a Bolaño. Se trata de las pesadillas de algunos de los protagonistas de 2666, quienes en tanto subjetividades literarias ponen en evidencia un desplazamiento de la vida onírica desde el sueño como cumplimiento de deseo a la pesadilla como compulsión de repetición correlativa a una subjetividad que se debate entre el nihilismo suicida, la melancolía, el pánico y los pasos al acto.
Ahora bien, si usamos la mencionada figura onírica como metáfora, también podríamos argumentar que más allá de las concretas pesadillas de los críticos y Amalfitano, hay otro elemento que podría pensarse como una pesadilla en la novela, aquel no es otro que la interminable sucesión de notas necrológicas forenses que dan cuenta de la brutal acumulación de feminicidios en Santa Teresa. Y tal como el sueño dentro del sueño tiene el valor de indicar lo Real, estas pesadillas en la gran pesadilla que constituye en sí misma toda la novela, cumplen la función de introducir e intentar inscribir, compulsivamente, aquel Real desolador, aquel oasis de horror que constituye el desdoblamiento brutal del aséptico y cínico nihilismo de los críticos en tanto modelos de una subjetividad del centro global neoliberal.
Así vemos que la pesadilla en tanto nuevo paradigma onírico se confirma en tres niveles: las concretas pesadillas de los críticos, las notas necrológicas forenses y la novela en su totalidad, concebida como una gran metáfora de la pesadilla de un mundo en el que no hay alternativas. No olvidemos que el mismo Bolaño comparó la primera fase de su proceso creativo, no con la plasmación de ensoñaciones o fantasías que cumplen algún deseo fantasmático, sino justamente con la de pesadillas que tenía que moldear para hacer factible la emergencia de un texto medianamente coherente:
“Lo que pasa es que yo trabajo con formas y estructuras y de pronto el texto me puede quedar maravillosamente bien, pero si no se adapta a la estructura previa, empiezo a corregir como un loco” ¿Es un arquitecto de la estructura? “No porque antes de la estructura aparece el argumento, una masa informe donde sólo late la sangre, la experiencia, laten imágenes; es como una pesadilla sincopada. Y la estructura es la manera de que se haga literalmente legible, claro, porque tampoco me interesa contar mis pesadillas”. (Bolaño, Bolaño 118)
En este punto y para concluir, evitando caer en la fascinación imaginaria del nihilismo, es pertinente introducir una distinción entre las categorías psicoanalíticas de yo y sujeto, o dicho de otra forma, entre subjetividad y sujeto. El psicoanalista lacaniano Jorge Alemán (1-4) indica que no deben confundirse los términos sujeto y subjetividad (yo-sujeto, en clave lacaniana clásica). La segunda sería una entidad históricamente producida mediante dispositivos y técnicas, trabajada textual y conceptualmente entre otros/as por Foucault (241-49), Laval y Dardot (133-56) en Europa; Diamela Eltit (31-45) y Sergio Rojas (Materiales 27-37, 251-87) en Chile; que decanta en denominadores como: sujeto empresa, hombre endeudado, cinismo contemporáneo o simplemente consumidor . Para Alemán, el correlato clínico de esta subjetividad posmoderna o contemporánea más que una entidad psicopatológica precisa y delimitable sería una nueva forma de presentificación del malestar:
propio del capitalismo, de rendimiento y de goce, donde la sexualidad, el trabajo y el deporte han hecho una amalgama en la que el sujeto está todo el tiempo más allá de sus propias posibilidades […] es un rendimiento que lo lleva siempre a una lógica de gestión empresarial de la relación consigo mismo y con los otros. (Alemán 2)
En otras palabras, al hablar de subjetividad nos referimos al modo en el que cada uno de nosotros es producido mediante un proceso de subjetivación puesto en marcha por el discurso totalizante del capitalismo. Se trata de la subjetividad neoliberal contemporánea que cae, como los críticos, en el agujero abisal del nihilismo. Por otra parte, el sujeto lacaniano o del psicoanálisis, es el ser hablante, sexuado y mortal, que adviene en el lenguaje sin encontrar nunca en él una representación totalizante, conservando siempre un margen, una hiancia que le permitiría en el mejor de los casos y no sin esfuerzo, imaginar y crear un discurso emancipador 2 . En cualquier caso, no se trataría tanto de un romántico retorno a un mundo anterior al neoliberal, sino de la imaginación de devenires alternativos desde nuestro presente asépticamente nihilista y brutalmente violento. He ahí el sentido recuperado en la materialidad cifrada del significante de una escritura como la de Bolaño y 2666.
Resumen:
INTRODUCCIÓN: 2666 Y LA INTERPELACIÓN
LOS LÍMITES DE LA METAPSICOLOGÍA: LO BRUTAL Y LA REPETICIÓN
DEL SUEÑO MODERNO A LA PESADILLA POSMODERNA
CONCLUSIÓN