in Revista Chilena de Literatura
Agua pasada mueve molino: la (auto)reescritura bizantina, de Lope de Vega a Castillo Solórzano
Resumen:
Este artículo obedece a un doble objetivo. Por un lado, pretende trazar la estela que la comedia bizantina de Lope La viuda, casada y doncella pudo dejar –sola o a través de la novela Guzmán el Bravo– en la narrativa de Alonso de Castillo Solórzano, fundamentalmente en dos de sus novelas: El bien hacer no se pierde (Noches de placer, 1631) y La ingratitud castigada (La quinta de Laura, 1649). Por otro, procura desgranar el profundo proceso de reescritura y auto-reescritura que incumbe a esta última novela, en la que Castillo reelabora materiales tomados no solo de las obras citadas, sino también de otros dos relatos suyos, La libertad merecida (Jornadas alegres, 1626) y Amor con amor se paga (Los alivios de Casandra, 1640), hasta componer un rico mosaico intertextual con teselas de aquí y allá, propias y ajenas.
[INTRODUCCIÓN]
“… El prodigioso ingenio, padre de las Musas, admiración de España y de las naciones extranjeras, Lope de Vega Carpio, de quien sabía los más de sus dulces versos de memoria…”. La alabanza puede hoy parecernos desmedida, pero no debieron de sentirla así los lectores que en 1629 se hicieran con un ejemplar del Lisardo enamorado, novela en la que Alonso de Castillo Solórzano quiso rendir franco homenaje –y pagar con la misma moneda, dicho sea de paso– a uno de sus principales modelos y valedores, el Fénix de los Ingenios 1 . Tal confesión se explica no solo por un magisterio, el de Lope, que, viejos achaques y pájaros nuevos aparte, era a la sazón notorio y reconocido, sino porque entonces la memoria, lejos de ser como hoy un don envidiable o una destreza adquirida, era sencillamente la mejor manera de leer, pues ejercitaba al lector en la retención, asimilación y, a la postre, imitación, en un tiempo en que cualquier ingenio de buena fe asumía sin rasgarse las vestiduras que todo acto de escritura implicaba reescribir a clásicos y modernos, y, en el caso de autores tan prolíficos como Castillo Solórzano, sin duda también a sí mismos. Lo comprobaremos en estas páginas.
Los dulces versos de Lope que tanto pondera el de Tordesillas no discurrían solo por los cauces poéticos al uso, sino también por las concurridas veredas del teatro, que por aquel entonces atravesaban tanto los corrales de comedias como las imprentas y librerías. Ese es el caso de La viuda, casada y doncella, pieza de Lope que pudo dejar honda huella en el andar literario del novelista. Pero la emulación, en literatura, ha consistido siempre no en la velada imitación de una sola fuente, sino en el hábil rastreo, ensamblaje y pulimento de materiales de distinta procedencia.
Observaremos así cómo, en paralelo al de la Viuda, parece notable sobre Castillo el influjo de Guzmán el Bravo, una de las hoy conocidas como Novelas a Marcia Leonarda. Se examinarán también distintos procesos de auto-reescritura protagonizados por el vallisoletano, que no solo acudía a obras ajenas en busca de las musas. Todo ello se percibirá en las dos novelitas bizantinas objeto de nuestro estudio: El bien hacer no se pierde (Noches de placer, 1631) y La ingratitud castigada (La quinta de Laura, 1649). En esta última, sorprenderemos a Castillo reelaborando materiales tomados no solo de las obras citadas, sino también de otras dos novelas suyas: La libertad merecida (Jornadas alegres, 1626) y Amor con amor se paga (Los alivios de Casandra, 1640). Secundariamente, trazaremos unas pinceladas sobre Lisardo enamorado (1629).
DE LA VIUDA, CASADA Y DONCELLA Y GUZMÁN EL BRAVO AL LISARDO ENAMORADO
Las correrías del Guzmán lopesco, impresas en La Circe (1624), son bien conocidas y no precisan por ahora de más presentaciones. No tan recordada en cambio es La viuda, casada y doncella. Desde que Lope rematara su escritura el 22 de octubre de 1597 (Iriso Ariz 107), todo apunta a que se mantuvo en el repertorio de Luis de Vergara durante cerca de veinte años 2 , indicio tal vez de una acogida favorable entre los asistentes a los corrales. Tan calurosa acaso como la que debió de recibir tras su inclusión en la Parte VII (1617) de comedias 3 , a juzgar por las distintas reescrituras a las que de manera más o menos directa dio origen: un fragmento de La vida del escudero Marcos de Obregón (1618), de Vicente Espinel; La desdicha en la constancia, novela de Miguel Moreno publicada en 1624; e, incluso, dos novelas del propio Lope incluidas en el seno de La Circe ese mismo año, La prudente venganza y Guzmán el Bravo, deudoras asimismo de la comedia 4 . Tan granada cosecha de (auto)reescrituras se explica mejor a la luz del conspicuo desembarco del género bizantino en las letras españolas a partir justamente de 1617, tanto en la novela –larga y corta– como en el teatro impreso; un género, el bizantino, que en los años veinte y treinta del siglo XVII sería una de las modas literarias de más filón para los libreros y mayor regocijo para los lectores 5 .
En 1629, el taller valenciano de Juan Crisóstomo Garriz alumbró el Lisardo enamorado. Como advierte temeroso el propio Castillo (57), se trata de “una novela […] preñada de muchas”, lo que le permite salpimentarla con “múltiples géneros” (Giorgi, El Lisardo) 6 . Así, el libro sexto engarza varios motivos bizantinos (González Rovira, La novela 251) y de la literatura de cautiverio 7 , algunos de los cuales remiten a la historia del capitán cautivo inserta en el Quijote (Camamis 198 y Teijeiro 46).
Con todo, en la segunda parte de este capítulo podrían resonar también ecos de La viuda, casada y doncella. En él, la cautiva Gerarda narra cómo su enamorado Lisardo, ciego por celos infundados, apuñaló a Rodrigo, hermano de la dama, por lo que, según le han contado a ella, tuvo que partir hacia Barcelona y embarcarse rumbo a Italia (en la comedia de Lope, Feliciano se ve obligado a huir hacia tierras transalpinas después de haber acuchillado, en defensa propia, al hermano de su rival amoroso). Una vez recuperado, Rodrigo navega junto a Gerarda en dirección a Nápoles, pero unos corsarios los capturan y los llevan a Argel, donde los retienen como cautivos (una suerte pareja corre Feliciano, no su dama, que se queda en tierra). La historia discurre luego por otros derroteros 8 . Tales similitudes responden en buena medida a tópicos literarios de la época, conque no pueden esgrimirse como pruebas para sustentar una filiación. No obstante, a juzgar por paralelismos más acusados en textos posteriores de Castillo, acaso podríamos hallarnos frente a un primer recuerdo –lejano, eso sí– de la Viuda.
Otro tanto vale decir respecto a uno de los herederos de esta comedia, Guzmán el Bravo, que recrea asimismo el encadenamiento de lances aducido 9 y presenta además una escena en la que don Felis, como respuesta a unos palos recibidos por su buen amo de parte de un moro, “le dio una puñada en los pechos de las que él solía, con que le dejó por dos horas sin habla” (22526), reacción muy similar a la de Rodrigo (nombre por cierto que adopta don Felis durante su cautiverio):
[…] como los bríos de soldado no los perdiese en medio de sus trabajos, un día se descompuso con el moro sobrestante de la fábrica en que asistía, y diole con una caña no sé cuántos palos; mas mi hermano, ofendido de aquel oprobio, tomando una pesada piedra, le dio con ella de modo que le dejó sin sentido alguno (Lisardo enamorado 253) 10 .
Más adelante hablaremos de las razones que justificarían con creces el interés de Castillo por la Viuda y Guzmán el Bravo. Ocupémonos ahora de la siguiente novela.
CAMINOS QUE CONVERGEN: EL BIEN HACER NO SE PIERDE (1631)
En 1631 vio la luz Noches de placer, conjunto de novelas entre las que se cuenta El bien hacer no se pierde, de inequívoco sabor bizantino (González Rovira, “La novela” 951). En ella, las posibles reminiscencias de La viuda son ya más acusadas. Al margen de las obvias diferencias en su desarrollo, ambos textos comparten un mismo armazón argumental, que podría resumirse del siguiente modo: un galán, correspondido por su dama pese a la pobreza en la que está sumido, se ve obligado a marcharse de Valencia, lo que apena profundamente a su amada. En el transcurso del viaje, una violenta tempestad provoca el naufragio de la nave, episodio que se salda con la captura del joven a manos de un corsario. Durante su cautiverio, desdeña el amor de una mora que bebe los vientos por él. Por su parte, la dama trata de postergar el casamiento que su padre y el rival de su amado ansían llevar a cabo. Pasado un tiempo, el protagonista logra regresar a Valencia y, tras vencer una serie de obstáculos, ambos pueden al fin casarse.
La presencia y concatenación de tantos episodios comunes exigen no pasarlos por encima sin más y obligan a considerar la hipótesis de una reescritura, incluso concediendo que muchos reflejen tópicos de regusto bizantino, tan encumbrados por aquel entonces. No hace al caso detallar ahora una por una las notables divergencias argumentales entre ambas obras; baste advertir el papel antagónico en el Bien hacer de don Cotaldo, hermano y rival amoroso del protagonista, y causante de que este deba embarcarse como capitán hacia Mallorca, viaje naval que en la Viuda se produce, ya lo sabemos, como consecuencia de un altercado mortal 11 . Este lance de la comedia formaba parte ya del abecé narrativo del tordesillano, pues en el Lisardo echó mano de una situación muy similar para forzar el viaje del galán. Sin embargo, en el Bien hacer decidió tomar otros vericuetos narrativos: no querría seguir fielmente un único modelo, sino más bien engastar ideas de aquí y allá.
Justamente, otra posible fuente de esta novela es Guzmán el Bravo. De nuevo, las diferencias argumentales son considerables. Sobre todo respecto a la segunda parte del relato de Lope, que toma un sesgo más afín a la literatura caballeresca, y también en lo que atañe al papel de la protagonista: Felicia, que no conquista el corazón de don Felis, se disfraza de paje para acompañarlo en sus peripecias, decisión que contrasta con la actuación de Clavela en la Viuda y doña Laura en el Bien hacer, caracterizada por su fiel espera en Valencia y por desdeñar al esposo propuesto por su familia. Y, con todo, cómo no reconocer en el Bien hacer una serie de episodios que, unidos a varios motivos de raigambre bizantina ya aludidos a propósito de la Viuda (el naufragio, la captura a manos de los corsarios, el cautiverio en tierras musulmanas o el vano amartelamiento de una mora, a los que cabría añadir la magnanimidad de un gran señor que libera a los cautivos y los colma de riquezas), podrían apuntalar la posibilidad de que Castillo se inspirara en la novela de Lope a la hora de componer la suya. Por supuesto, tales incidentes pertenecen al acervo bizantino, por lo que no permiten demostrar a ciencia cierta la relación directa entre uno y otro texto; como sea, además del rastro de Guzmán el Bravo en otros relatos de Castillo (Lepe García, El hibridismo 46), cuestión que habremos de retomar, cabría aducir otras correspondencias que se suman a la concatenación de los motivos descritos.
Para empezar, el suceso que en el Bien hacer prende el amor de la pareja protagonista (un incendio en una alquería del que don Jerónimo rescata a doña Laura y al moro que más tarde le concederá la libertad) podría ser un recuerdo de la triquiñuela urdida por don Felis y Felicia para ganar tiempo durante su cautiverio y esquivar así las pretensiones amorosas de la judía Susana. De hecho, en la escena ideada por Castillo es posible incluso rastrear ciertas reminiscencias verbales de Guzmán el Bravo, por más que respondan a situaciones previsibles durante un incendio 12 . Claro está que una pluma tan ducha en la reescritura como la del tordesillano orilló la mera imitación y –de ser cierta nuestra conjetura– convirtió una treta urgida por las acechanzas sentimentales de una judía en un lastimoso incidente para inflamar el pecho de doña Laura y justificar la ulterior liberalidad del moro. Por cierto que unas palabras del rey de Túnez, dirigidas a don Felis en Guzmán el Bravo (228), acaso resuenen en un pasaje del Bien hacer (214): “no he de consentir que te hagan estos moros agravio, ni que pierdas la libertad que tan bien mereces”; “quiero usar del segundo [fin], que es daros libertad y aun hacienda con que viváis, porque sé que no tenéis lo que merecéis”. El remanso tras la tormenta se narra también en términos similares: si don Felis y su paje “al alba reconocieron a un tiempo el cielo y la tierra, dando en la costa de Berbería”, el bajel de don Jerónimo “al amanecer se halló muy cerca de la playa de Argel” (El bien hacer 208) 13 .
Me parece probable por tanto que Castillo se inspirara en La viuda, casada y doncella y Guzmán el Bravo para tejer su relato, aunque en ningún caso siguiera de un modo servil sus tramas. El armazón narrativo se asemeja más al de la comedia, pero la novela podría haber influido en ciertos detalles y resonancias verbales. Exploremos entonces las circunstancias que pudieron empujar a Castillo a tomar la senda de la reescritura.
LAS RAZONES DE DON ALONSO: DE LOPE AL TURIA, DEL MAESTRO AL PÚBLICO
Más allá del obvio interés que la pluma de Lope despertaba en cualquier letraherido de la época, a la hora de examinar las razones por las que Castillo pudo elegir obras del Fénix como modelo es preciso considerar su íntima relación, tanto personal como literaria. Si es que una y otra pueden deslindarse.
Castillo Solórzano formaba parte desde hacía años del círculo de intelectuales que orbitaba en torno a Lope, con quien había coincidido en Madrid –antes de partir hacia Valencia en 1628– a lo largo de los años veinte en las academias de Sebastián Francisco de Medrano y, más tarde, de Francisco Mendoza (López Gutiérrez 21-30). Enseguida hicieron buenas migas. No es de extrañar entonces que Lope diera la cara por él en más de una ocasión: en la relación de las fiestas celebradas por la canonización de San Isidro en 1622 14 , en sus elogiosas aprobaciones de los Donaires del Parnaso de Castillo (1624 y 1625) 15 , o en las alabanzas que le dedica en el Laurel de Apolo (1630) 16 . Don Alonso, uno de sus más fieles seguidores en la disputa contra los culteranos, no le iba a la zaga a Lope en lo que a elogios se refiere 17 ; baste recordar las encendidas palabras del Lisardo (1629) o las apologías de Las harpías en Madrid (1631) 18 .
Pero más aún que los generosos recuerdos mutuos nos interesan las también mutuas operaciones de reescritura, que refuerzan las hipótesis defendidas en estas páginas. Mencionemos en primer lugar la comedia lopesca Amar, servir y esperar, posiblemente escrita entre 1624 y 1635 (Morley y Bruerton 27778), cuya fuente es El socorro en el peligro, novela de Castillo impresa en 1625 en sus Tardes entretenidas (Campana xxxiv). Más interesante todavía es la profunda relación intertextual entre la también lopesca Amar sin saber a quién (1620-1622) 19 y la novela titulada El amor por la piedad, que se imprimió en Huerta de Valencia en 1629; aunque las fechas parecerían indicar que Castillo se inspiró en Lope, se ha sugerido que el Fénix pudo tener acceso privilegiado a textos aún inéditos de su compañero de fatigas, por lo que tal filiación queda abierta a futuras indagaciones (Vaccari) 20 . Del mismo año, en fin, data el Lisardo, cuyo capítulo quinto, se ha dicho ya, reescribe la Arcadia de Lope. En definitiva, para cuando Castillo compuso el Bien hacer (y, desde luego, el Lisardo), la reescritura era un fenómeno que lo ligaba estrechamente a su maestro.
Resulta de todo punto natural que Castillo Solórzano recorriera con ardor las páginas de Guzmán el Bravo. Cuando, a mediados de los años veinte, Castillo se propuso asaltar los cielos novelísticos, por fuerza debía de conocer a los autores que habían forjado la tradición. La irrupción de las novelas cortas de Lope, que tanta cátedra había sentado ya en varios géneros, no pudo dejar indiferente a nadie. Menos aún a don Alonso. No en vano, se ha sugerido que la publicación de La Filomena (1621) y La Circe (1624), libros en los que Lope “lograba conciliar altura estilística y exigencias de la imprenta, pretensiones de mecenazgo y mercado”, “pudieron servir de acicate para la salida de sus obras [las de Castillo] a la plaza pública” (Collantes, Özmen y Ruiz Pérez 6). En su afán por labrarse el favor de la alta nobleza, Lope incluyó sus novelas en “dos libros misceláneos destinados a un público culto, proponiéndolas casi como experimentos a un lector bien dispuesto a la reflexión” (Presotto 11), lo que acaso explique su parca tirada impresa 21 . Con todo, que tal vez no se ganaran a los sectores menos instruidos no menoscabó su alta estima literaria y su aprecio editorial, como lo prueba que las cuatro se incluyeran entre las ocho Novelas amorosas de los mejores ingenios de España (1648), nada menos que la primera antología de novelas cortas de varios autores publicada en España ( González Ramírez, Lope de Vega) 22 . Guzmán el Bravo, como también Las fortunas de Diana y La desdicha por la honra, respondía además en no poca medida al patrón bizantino de viajes y cautivos, tan en boga en los años veinte y treinta. De hecho, en La libertad merecida, novela de Jornadas alegres (1626) con un episodio de cautiverio similar al del Bien hacer, Castillo toma el bosquejo de Guzmán el Bravo, “que sin duda conocía y había leído” (Lepe García, El hibridismo 46) 23 . Así las cosas, no debe extrañarnos que, al ponerse manos a la obra con el Bien hacer, tuviera las hazañas de Guzmán poco menos que en la uña, como acaso reflejen los ecos verbales alegados.
Despidámonos del bravo y atendamos a la viuda. Para cuando Castillo dio a las prensas el Bien hacer, contaba ya la Viuda con un vasto bagaje, teatral y literario, por corrales y librerías, amén de gozar de un envidiable legado, cifrado en varios casos de reescritura (o, cuando menos, de estrecha intertextualidad), tanto propios (ahí está precisamente Guzmán el Bravo) como ajenos. Su fecunda trayectoria, prosapia lopesca y argumento bizantino la convertían en un partido irresistible. Pero hay algo más. ¿Por qué la Viuda pudo interesar a don Alonso precisamente hacia 1630, cuando hubo de pergeñar o rematar El bien hacer? Soplaba un viento nuevo en el levante.
En 1628, Castillo Solórzano se trasladó a la ciudad del Turia para acompañar, en calidad de maestresala, a Luis Fajardo de Requesens y Zúñiga, marqués de los Vélez, nombrado virrey de Valencia ese mismo año 24 . En cuanto Castillo pisó tierras valencianas (las de sus padres, por cierto), procuró ganarse el favor del público, recabar apoyos entre los hombres de letras y, en fin, afianzarse un mecenazgo individual y colectivo. Así se explican el ambiente local y el marco académico presentes ya en sus dos primeras obras publicadas en la capital del virreinato en la temprana fecha de 1629 (Lisardo enamorado y Huerta de Valencia), las numerosas poesías laudatorias firmadas por ingenios levantinos que encabezaban este último libro (Rubio Árquez), las múltiples y generosas alabanzas que Castillo dedicó a la ciudad de Valencia o el uso de apellidos de renombre local en sus ficciones (sin ir más lejos, los Centellas del Bien hacer) 25 . Las Noches de placer (1631), si bien ya publicadas en Barcelona (donde pudo residir su autor entre ese año y 1633) 26 , responden también a esta misma maniobra; no en vano, todas y cada una de ellas están “dirigidas a diversos títulos y caballeros de Valencia”, según reza la portada 27 . Los títulos de algunas obras posteriores –Sagrario de Valencia, publicada en 1635, y Patrón de Alcira, de 1636– son muy elocuentes al respecto (Castillo Martínez, La escritura), y en esta misma operación se inscribe el volumen misceláneo titulado Fiestas del jardín, de 1634 (Festini y Monzó). Todo lo cual demuestra que “las coordenadas de la ciudad misma constituyen el fundamento referencial que hará germinar la simiente” de las obras compuestas durante su estancia en Valencia, que aportó a Castillo un “conocimiento literario y una experiencia que ejercerá influencia notable sobre la materia de sus escritos” (Monzó, Un dramaturgo 56).
En el contexto de tan ansiada difusión y promoción local en busca de público, mecenazgo y consolidación artística y personal, por fuerza el de Tordesillas hubo de imbuirse del ambiente libresco, teatral y literario de su nueva residencia 28 . Tal empeño podría muy bien pasar por leer cuantas novelas y comedias llevaran los escenarios valencianos al ámbito de la ficción, o cuando menos las de sus autores más queridos. No en vano, el período valenciano supuso para Castillo el aprendizaje del arte de escribir comedias –como demuestran El agravio satisfecho (impresa en 1629 en el seno de Huerta de Valencia) y las tres piezas incluidas en Fiestas del jardín (1634)–, así como una apuesta por el teatro impreso, en la estela de Lope 29 . El caso de El agravio satisfecho resulta particularmente ilustrativo, pues se trata de una reescritura de La fuerza de la sangre cervantina a partir, sobre todo, de la pieza homónima firmada por el valenciano Guillén de Castro (Escudero Baztán). Por lo demás, el influjo del teatro en sus novelas es notorio, particularmente en Noches de placer (Sileri y Giorgi, Noches 32-42). No es de extrañar entonces que, entre las lecturas (o, quién sabe, funciones teatrales) a las que se entregara, por ocio o por negocio, se contase también La viuda, casada y doncella, con cuyas aventuras ya debía de estar en cualquier caso familiarizado, pues campaban inmortalizadas desde hacía quince años en la Parte VII de comedias del Fénix. Tan “devoto seguidor de Lope” (Bonilla Cerezo 244) difícilmente pudo pasar por alto una obra de su maestro que, además de haber resultado más o menos exitosa, mezclaba entre sus versos el ambiente valenciano, los lances del cautiverio y las tan socorridas entonces peripecias bizantinas, lo mismo que las historias suyas que nos traemos entre manos. El subtítulo de la pieza constituía por sí mismo un reclamo para un autor interesado en tales ingredientes: “Pasa en Valencia y Berbería” (43). Admitámoslo: la evidencia textual no permite descartar que el recuerdo de la Viuda fuera más bien lejano o inconsciente. Pero, a decir verdad, al plan urdido por don Alonso a su llegada a Valencia, y sobre todo a una novela como el Bien hacer, una obra así le venía que ni pintada.
¿Implica todo ello que en la génesis del Bien hacer no pudieran intervenir otros modelos? Por supuesto que no. La conjunción de diversos materiales en un solo texto era procedimiento habitual en don Alonso, y ni qué decir tiene que tras el Bien hacer podrían latir más lecturas, asumidas siquiera de manera tácita en su bagaje como literato 30 . Entre las muchas obras de temática similar descuella La desdicha en la constancia 31 , novelita de sesgo bizantino publicada por Miguel Moreno en 1624 (lo mismo que Guzmán el Bravo y otras de índole similar), verdadero annus mirabilis de la novela corta bizantina. Sus concomitancias con el Bien hacer son evidentes, por estar asimismo trazada sobre la falsilla de la Viuda (Fernández Rodríguez, La viuda). Desde luego, resulta difícil suponer que Castillo, conspicuo escritor de novelas, no diese buena cuenta de esta de Moreno, quien también revoloteaba alrededor del Fénix de los Ingenios. Volveremos a hablar de La desdicha.
DE EL BIEN HACER NO SE PIERDE A LA INGRATITUD CASTIGADA
En 1649 vieron la luz en Zaragoza dos libros póstumos de Castillo Solórzano: Sala de recreación (con aprobación fechada en 1639) y La quinta de Laura. Este último, que incluye La ingratitud castigada, se publicó “a costa de Matías de Lizau”, nieto de una laboriosa estirpe de libreros ( González Ramírez, Sobre la prínceps 57-61). Son varios los problemas editoriales que aquejan a La quinta de Laura, muchos debidos al fallecimiento prematuro de su autor, ocurrido un año antes, en 1648, según el consenso crítico. Con su pericia acostumbrada, González Ramírez ( Sobre la prínceps) ha disipado las sombras conjuradas por Emilio Cotarelo en torno a ciertas novelas, que en algún caso llegaban incluso a poner en duda la autoría de Castillo o a aseverar que se tratase de autoplagios descarados. Nada de eso.
Sí es cierto en cambio que algunos detalles plantean incógnitas de no poca enjundia y apuntalan la intervención de terceros en la confección final del libro, probablemente porque no llegó a superar “la última revisión del autor”, por lo que su albacea debió de hacerse cargo “de colocar en el mercado aquellos libros que no habría podido ver publicados en vida” ( González Ramírez, Sobre la prínceps 63 y 71). Así lo sugiere en primera instancia que la dedicatoria del volumen no la firmase Castillo, sino su editor –circunstancia de todo punto insólita en su carrera–, y otro tanto vale decir respecto al breve prólogo del volumen, que no constituye más que una versión algo reducida del que encabezaba Sala de recreación, cuya dedicatoria corrió a cargo también de su editor ( González Ramírez, Sobre la prínceps 65). No menos sospechoso, en fin, es el título de la propia colección, que repite el de una novela de Castillo, originalmente publicada en 1627 con el nombre de La quinta de Diana, pero compilada justamente un año antes en Zaragoza –ya como La quinta de Laura– entre las Novelas amorosas de los mejores ingenios de España (1648), antología costeada por José Alfay y Martín Navarro, el primero de los cuales se encargó asimismo de editar Sala de recreación en 1649 32 . Tiempo habrá de volver sobre otros problemas de la colección: hora es ya de adentrarnos en el meollo argumental de La ingratitud castigada.
Más desde luego que por sus méritos literarios –algo menguados, como a menudo en don Alonso–, esta novelita es una delicia por su tejido intertextual. Para empezar, si por un lado deja sentir los ecos de la tradición instaurada por La viuda, casada y doncella y seguida por Guzmán el Bravo y La desdicha en la constancia, por otro se antoja fruto de un proceso de auto-reescritura respecto a El bien hacer no se pierde. En efecto, el esquema argumental que subyace a La ingratitud castigada es muy similar al que venimos analizando. Dos galanes se enzarzan en una contienda a cuenta de los amores de una dama, pendencia que se salda con la muerte de uno de ellos, por lo que el otro debe embarcarse y huir así de la justicia. Durante su viaje, unos corsarios le capturan y le llevan a Argel, donde se hace con sus servicios un señor moro, cuya hija se enamora perdidamente del cautivo. Don Garcerán resiste los embates amorosos y ofertas de apostasía y al fin logra escapar. Ya en Valencia, decide venderse como esclavo fingido y, de esa guisa, entra al servicio de su amada, a la que una y otra vez salva la vida. Gerarda, sin embargo, no muestra ni la más mínima señal de afecto por él, pues le recuerda demasiado al asesino de su amante; finalmente, fallece acusada de ingrata por todos, tras la feliz boda de don Garcerán con otra dama.
La mayor innovación de La ingratitud castigada respecto a los textos examinados se produce tras el regreso del protagonista a tierras valencianas. No obstante, ya en los primeros compases de la novela topamos con una diferencia sutil, que a la postre resultará decisiva: el galán por el que suspira la dama es el de peor categoría moral y recibe su merecido a manos del protagonista. Se trata de la semilla que hará germinar el final trágico de Gerarda, pues el rostro del homicida se le quedará tan grabado a fuego en la memoria que será incapaz de corresponder debidamente a las heroicidades de su futuro criado. Todo lo cual dota de sentido al título de la novela y supone la culminación de un proceso de reescritura en el que Castillo, como pedían los cánones de la imitatio, ha sabido adscribirse a una tradición sin dejar por ello de aportar su sello personal. Así, si por un lado no cabe duda del carácter bizantino de su narración (Grouzis Demory, La quinta 23), lo cierto es que dicha temática se supedita aquí al castigo ejemplar de Gerarda: la novela no trata así de las venturas y desventuras de una pareja de enamorados, sino de los infortunios de un joven y de la desdichada suerte de su amada por no apiadarse de él. De este modo, constituye el reverso del Bien hacer, así como una vuelta de tuerca al género bizantino en clave moralizante, gracias a un desenlace que rehúye la tópica unión amorosa, a la zaga de otras obras de signo similar escritas a partir sobre todo de los años veinte 33 .
En efecto, el largo aliento de la Viuda y su descendencia alcanza a la Ingratitud. Más que Guzmán el Bravo 34 , son sobre todo la comedia de Lope y la novela de Moreno las que mejor explican la hechura del relato que encabeza La quinta de Laura. Destaquemos por ejemplo la resistencia de Gerarda, que incluso solicita que la metan monja en un convento (así Clavela en La viuda), la exitosa fuga de don Garcerán (también su cofrade en la comedia escapa), la presencia de un segundo cautivo que toma parte activa en lides amorosas (Constanza en Castillo, Leonardo en Moreno), los cantos del cautivo en el jardín (como en La desdicha, pero asimismo en el Guzmán) o el final trágico de Gerarda (también la muerte espera a los amantes de Moreno, pero en su caso debido a su pertinaz constancia amorosa). En ninguno de estos trazos se observa un apego literal de Castillo hacia sus presumibles fuentes, sin que por ello resulten menos decisivas para la asunción del armazón argumental descrito.
Pese a dejarse empapar con regalo por sus lecturas, don Alonso no renunció a desandar sus propios pasos y volver los ojos al Bien hacer, aun sin perder nunca de vista la estela lopesca. Así, amén de las coincidencias argumentales entre ambas novelas, pueden rastrearse ciertos detalles narrativos y ecos verbales traspasados de una a otra. Dejando de lado por ahora la compartida laus urbis de Valencia y el común talante del rival amoroso, destaquemos las secuencias paralelas derivadas de la captura del galán: la descripción del corsario 35 , la venta de los cautivos 36 , la tristeza del protagonista durante la misma 37 y los rasgos del que será su comprador, descrito como uno de los moros más ricos de Argel, el cual “puso los ojos en él” (El bien hacer 209), expresión esta (“poniendo los ojos”) que reaparece en la Ingratitud (94) en el mismo contexto 38 . El rol de la mora enamorada recae en un personaje del mismo nombre, Zelidora, hija del dueño en la Ingratitud y hermana de aquel en el Bien hacer. El cautivo, que ejerce de jardinero en ambas novelas, se esfuerza por trabajar con denuedo para granjearse el favor de sus amos 39 , y en efecto recibe mejor trato que sus compañeros. Entretanto, Zelidora se afana por lograr su amor y le insta a apostatar, tentándolo con las riquezas del dueño 40 , pero el cautivo se niega en redondo, ensalzando la religión cristiana y asumiendo los perjuicios físicos que le pueda ocasionar la arrojada defensa de su fe 41 . La reacción de la mora es muy similar en ambos textos:
“Estrañamente le pesó a Zelidora ver la resolución con que su esclavo la había hablado, mas supo disimular el pesar, pareciéndola que por primera vez se le podía sufrir aquel desprecio” (La ingratitud 107); “Mucho sintió Zelidora ver a su cautivo con tanta resolución, pero no desconfió por eso, considerando que [era] la primera vez de responder esto” (El bien hacer 210).
A partir de aquí, una y otra novela toman distintas veredas, pero aún pueden oírse algunos ecos, por ejemplo en la precaución del protagonista al llegar a Valencia: “El haber el mariscal ocultado su venida y pedido a cuantos con él venían que no la publicasen tuvo su fundamento, el cual fue querer ir primero a Valencia, y saber el estado de las cosas tocantes a la hermosa Gerarda” (La ingratitud 117); “No quiso don Jerónimo manifestarse a nadie en Valencia hasta saber en qué estado estaban las cosas de doña Laura” (El bien hacer 215). Por lo demás, ambos galanes salvan a sus amadas de perecer en un incendio que se produce en una alquería a la que ellas habían acudido para solazarse. Castillo recupera uno de los primeros lances del Bien hacer, que en esta novela propiciaba el enamoramiento de los protagonistas, y lo transforma en una de las tres ocasiones en las que el mariscal, de nuevo en Valencia, acude en socorro de Gerarda 42 .
No era esta la primera vez que Castillo Solórzano revisitaba sus Noches de placer en busca de inspiración. Recordemos que Los encantos de Bretaña, comedia incluida en Fiestas del jardín (1634), es fruto de un proceso de reescritura de La cautela sin efecto, una de las novelas que integraba aquella colección (Sileri 220-47 y Fuentes Nieto, Fiestas 25-27). Que Castillo acudiera de nuevo a ella se antoja razonable: debió de ser obra bien recibida, según se infiere no porque las Noches se reeditaran como tales –el ritmo de publicación frenético con que Castillo saciaba a sus lectores impedía a menudo tal circunstancia ( González Ramírez, Sobre la prínceps 69)–, sino porque en las Novelas amorosas de los mejores ingenios de España (1648), publicada apenas un año antes que La quinta de Laura, nada menos que tres de las cuatro novelas seleccionadas de Castillo pertenecían a este libro (las otras cuatro, ya lo sabemos, son las Novelas a Marcia Leonarda). Ignoramos las razones que empujaran a José Alfay y Martín Navarro –editores del volumen– a privilegiar esta colección, pero desde luego resulta muy significativa la confianza depositada en ella, más allá de que silenciaran no ya la procedencia de las cuatro novelas de Castillo, sino también el nombre del propio autor (a diferencia del de Lope, aireado en el prólogo, quizá porque bastaba para poner los dientes largos a los lectores), por entonces venido a menos literariamente y tal vez ya fallecido ( González Ramírez, Lope de Vega).
Aclarada ya la deuda de la Ingratitud con el Bien hacer, conviene atajar un problema respecto al título de la primera. La crítica ha aducido que La quinta de Laura llegó a manos de su editor “casi con toda seguridad carente de algunos de los títulos de sus novelas” ( González Ramírez, Sobre la prínceps 61). El asunto nos incumbe de primera mano, por cuanto tales sospechas han recaído sobre No hay mal que no venga por bien, idéntico título al de una novela muy distinta de Castillo perteneciente a Jornadas alegres (1626), y sobre La ingratitud castigada, cuyo nombre recuerda mucho al de La ingratitud y el castigo, estampada en Noches de placer (1631). Tanto Bourland (138) como González Ramírez ( Sobre la prínceps 63) deducen que estas repeticiones no pueden deberse a Castillo. Hay razones para suponer lo contrario. La fantasma de Valencia, una de las comedias que el tordesillano compuso para Fiestas del jardín (1634), toma su título, idéntico, de una de sus novelas impresas nueve años antes en Tardes entretenidas (Monzó, Fiesta y teatro 68-69). Las circunstancias editoriales que envuelven al título global de la colección, La quinta de Laura, deben ponernos ciertamente sobre aviso; pero, en lo que atañe a estas novelas, las semejanzas onomásticas no minan la credibilidad de su autoría. Al fin y al cabo, tales remedos podían muy bien hacer las veces de reclamo para el público más fiel al vallisoletano 43 .
Como las dos Fantasmas, ambas Ingratitudes tan solo comparten la similitud onomástica, más allá del tema común que sus títulos permiten entrever.
Ahora bien, resulta la mar de interesante que La ingratitud castigada, tejida a todas luces con la urdimbre de El bien hacer no se pierde, perteneciente a Noches de placer, evoque desde su título el nombre de otra novela incluida en esta misma colección. ¿Simples casualidades? No lo creo. Menos aún si advertimos que Noches de placer contiene una novela llamada La fuerza castigada (amén por cierto de otro ingrato: El ingrato Federico), conque el título elegido para La ingratitud castigada parece ser definitivamente fruto de este libro.
En cualquier caso, el sintagma que da nombre a la novela se desprende del propio texto sin mayor resistencia: en sus últimas páginas se insiste hasta en doce ocasiones en la ingratitud de la ingrata Gerarda. Por dos veces, de hecho, se relaciona su talante con el castigo de marras: “Yo he de ser quien la dé castigo que merece su mucha ingratitud”; “Conocida la suma ingratitud de Gerarda, se le había helado el amor que le tenía, cosa que dispuso el Cielo así para castigo, pena suya” (La ingratitud castigada 133). La mención del castigo no es tan recurrente como la de la ingratitud (solo se registran esas dos ocasiones), pues de hecho la condena no tiene lugar hasta el desenlace: Gerarda muere sola y vilipendiada por todos, mientras que su pretendiente y salvador se casa con otra dama. De este modo, el título escogido encaja a la perfección con el argumento, y tanto pudo deberse a la pericia del editor como, por qué no, a una decisión del propio Castillo, que por fuerza hubo de tener presentes las ingratitudes y la castigada de Noches de placer (y aun otras novelas suyas, como El soberbio castigado 44 , que confirma su querencia por tal sintagma), y a quien un título así le permitía hacer más hincapié aún en el juego intertextual, tan caro al autor. Sea como fuere, el título –no así el argumento– podría remitir asimismo a La ingratitud vengada: escrita a finales de los años ochenta y publicada en el seno de la Parte XIV en 1620, es nada menos que la única comedia de Lope citada en la primera parte del Quijote, circunstancia que, más allá de su discutida interpretación (Boadas), inmortalizaba el título para el devenir de nuestras letras. Pero no acaban aquí las tretas intertextuales de la novela.
LAS TESELAS QUE FALTABAN: LA LIBERTAD MERECIDA Y AMOR CON AMOR SE PAGA
Tal y como advirtió Lepe García (El hibridismo 46), el episodio del cautiverio en La ingratitud castigada comparte varios motivos con La libertad merecida, cuarta novela de las Jornadas alegres (1626): el servicio a personajes de alto rango, el oficio de jardinero desempeñado por los cautivos, el amor que despiertan en las hijas de sus dueños y la presencia de triángulos amorosos. Ahora bien, un careo sistemático de ambos relatos permite observar que sus similitudes van más allá de estos lugares comunes del cautiverio literario. Ciertos detalles y calcos lingüísticos sugieren que Castillo volvió los ojos a La libertad merecida. Así, la tarea de jardinero se le encomienda al protagonista en términos muy similares: “trató de allí adelante de cultivar y componer los cuadros de aquel fresco y deleitoso sitio. […] don Vasco fue señalado por el rey para servir de jardinero en compañía de otro cautivo, que era andaluz” (La libertad merecida 169-70); “Aquí, informado de otro cautivo andaluz que le dieron por compañero, comenzó a cultivar los cuadros” (La ingratitud castigada 97). Más adelante topamos con un episodio trasplantado por Castillo de una novela a otra. Para aliviar sus penas, ambos protagonistas deciden cantar un soneto, pero, descuidados como están, ignoran que su ama los escucha: “Estaba un día el cautivo don Vasco igualando con unas tijeras una mesa de murta, que era adorno de un curioso cuadro del jardín; y por dar alivio a sus penas, quiso comunicarlas al aire, cantando en sonora voz” (La libertad merecida 171); “estaba igualando una mesa de murta con unas tijeras Guillermo […]. Parose por oír lo que cantaba, y comenzaba este soneto, con dulce y sonora voz” (La ingratitud castigada 109) 45 . Como dos gotas de agua. La formulación de la secuencia es tan parecida 46 que se antoja debida a una lectura muy fresca o a un recuerdo preciso de La libertad merecida, impresa en sus tempranas Jornadas alegres 47 . Castillo cerraba así el círculo volviendo a su primera novela sobre el cautiverio musulmán de carácter bizantino 48 . A esas alturas, el tordesillano sabía perfectamente a qué fuentes acudir para pertrecharse ante el lector con todas las de ganar. Ya no sorprende tanto que una de las novelas de La quinta de Laura, No hay mal que no venga por bien, lleve un título idéntico al de otra de Jornadas alegres.
¿Termina aquí el mosaico de reescrituras? No todavía. Resulta que el encomio de Valencia con el que da comienzo la Ingratitud presenta particulares similitudes con el que abre Amor con amor se paga ( González Ramírez, Sobre la prínceps 67), novela impresa en Los alivios de Casandra (1640) 49 . Es cierto que tales descripciones se repiten una y otra vez en Castillo (Giorgi, Noches 202), sin ir más lejos en las primeras líneas del Bien hacer, aunque no con palabras tan parecidas. Ahora bien, hay razones para sospechar que Castillo debió de tener presente Amor con amor se paga a la hora de escribir la Ingratitud. La dama, llamada Gerarda en ambas novelas 50 , debe enfrentarse en uno y otro relato a su hermano, que quiere casarla con un galán al que ella desprecia, descrito como soberbio y presuntuoso, en términos por cierto parejos: “una presunción tan altiva que paró en soberbia y descortesía, con que no era muy bien querido en su patria” (La ingratitud castigada 78); “una presunción soberbia que tenía, […] con que no era muy bien quisto en la ciudad” (Amor con amor se paga 87r) 51 . En las dos novelas (lo mismo que en el Bien hacer), el portador de tales cualidades negativas es quien termina por malograrse; de hecho, la caída moral de la Gerarda de la Ingratitud se fragua al favorecer al galán equivocado, y se remata al no corresponder al de mejores partes. O lo que es lo mismo, al contravenir la máxima expresada justamente en Amor con amor se paga.
Poco sorprende que Castillo retomara también de esta novela ciertos detalles para modelar La ingratitud castigada. Al fin y al cabo, ambas colecciones, Los alivios de Casandra y La quinta de Laura, presentan no pocos rasgos en común y aun ecos literales (Bresadola y Gallo 83-84), así como una serie de innovaciones que permiten “conjeturar que ambas responden a un proyecto creativo común” (Lepe García, El último 350). El caso aquí revelado diría que confirma las conclusiones de la crítica acerca de estas dos colecciones (las últimas de Castillo, pues la aprobación de Sala de recreación data de 1639). “Obras de un apasionado devorador de libros, las historias solorzanianas se antojan como un crisol de sugestiones y reescrituras propias y ajenas” (Mulas).
Poco sorprende que Castillo retomara también de esta novela ciertos detalles para modelar La ingratitud castigada. Al fin y al cabo, ambas colecciones, Los alivios de Casandra y La quinta de Laura, presentan no pocos rasgos en común y aun ecos literales (Bresadola y Gallo 83-84), así como una serie de innovaciones que permiten “conjeturar que ambas responden a un proyecto creativo común” (Lepe García, El último 350). El caso aquí revelado diría que confirma las conclusiones de la crítica acerca de estas dos colecciones (las últimas de Castillo, pues la aprobación de Sala de recreación data de 1639). “Obras de un apasionado devorador de libros, las historias solorzanianas se antojan como un crisol de sugestiones y reescrituras propias y ajenas” (Mulas).
LA HERENCIA DE LA VIUDA
Agua pasada mueve molino. Que se lo pregunten si no a Castillo Solórzano, experto consumado en el ardid de la reescritura y dotado de una irremediable “propensione all’autocitazione” (Gallo 93), mañas estas –se las sabía todas el tordesillano– que le permitieron visitar los tórculos con inusitada frecuencia. En El bien hacer no se pierde y La ingratitud castigada decidió hilvanar el hilo argumental de La viuda, casada y doncella y Guzmán el Bravo, no sin renunciar, en el segundo de los casos, a su rica y acostumbrada auto-reescritura. Renovaba así la fórmula bizantina que Lope, en la Viuda y en otras comedias, tanto había contribuido a popularizar entre el gran público desde su juventud. Llevaba razón Sileri (205): en las novelitas cortas bizantinas de moros y cautivos firmadas por Castillo, “il termine di paragone più immediato non è il romanzo bizantino bensì la commedia”.
Cuando mediaba el Seiscientos, la amenaza de los corsarios, las tentaciones del cautiverio y las idas y venidas de corte bizantino no estaban ya tan en boga. Sin embargo, en el terreno de la novela corta, género editorial en cierto declive, tales argumentos conservaban aún su modesta parcela. Poco antes que Castillo, María de Zayas acababa de sembrarla en 1647 mediante La esclava de su amante, novela también de raigambre lopesca incluida en la Parte segunda del sarao y entretenimiento honesto . Aunque sea arriesgado inferir una relación entre uno y otro proceder, ciertamente muy cercanos en el tiempo, ambos casos ilustran la honda huella del teatro de Lope, en particular de sus comedias bizantinas, entre los más reputados cultivadores de la novela corta al arrimo del ecuador del siglo XVII.
Resumen:
[INTRODUCCIÓN]
DE LA VIUDA, CASADA Y DONCELLA Y GUZMÁN EL BRAVO AL LISARDO ENAMORADO
CAMINOS QUE CONVERGEN: EL BIEN HACER NO SE PIERDE (1631)
LAS RAZONES DE DON ALONSO: DE LOPE AL TURIA, DEL MAESTRO AL PÚBLICO
DE EL BIEN HACER NO SE PIERDE A LA INGRATITUD CASTIGADA
LAS TESELAS QUE FALTABAN: LA LIBERTAD MERECIDA Y AMOR CON AMOR SE PAGA
LA HERENCIA DE LA VIUDA